6:07 PM LA ESCUELA QUE APRENDE |
LA ESCUELA QUE APRENDE Miguel Ángel Santos Guerra "Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del
invierno el Director de la Escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo
daba a los Grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento
de la exposición en que les explicaba que la voz del Grillo era la mejor y la
más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado
frotamiento de las alas contra los costados, en tanto los Pájaros cantaban tan
mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del
cuerpo menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos. Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy
sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus tiempos". MONTERROSO, Augusto (1997): La oveja negra y otras fábulas. Alfaguara. Madrid. La escuela tiene como misión fundamental contribuir a la mejora de la sociedad
a través de la formación de ciudadanos críticos, responsables y honrados. Sería
un problema gravísimo que el sistema educativo fuese en sí mismo un medio para
empeorar éticamente la sociedad. No solamente por lo que hacen quienes, después
de salir con éxito de la escuela, asumen puestos de responsabilidad en la
sociedad, sino por el entramado mismo del sistema educativo que hace más
potentes y profundas las diferencias de partida. No olvidemos que fueron
médicos muy bien formados, ingenieros muy bien preparados y enfermeras muy bien
adiestradas en su oficio, quienes diseñaron las cámaras de gas en la Segunda
Guerra mundial. No se nos puede ocultar que los grandes triunfadores del
sistema educativo, quienes han llegado a la cúspide del poder, no se muestran
obsesionados por reducir la miseria, la injusticia y la desigualdad. ¿Por qué
se habla de éxito del sistema educativo? Cada ciudadano tiene que plantearse esta cuestión y, más intensamente, cada
profesional que trabaja en una institución educativa. ¿Qué papel desempeña la
escuela en la formación de los individuos y en la mejora de la sociedad? ¿A
quién beneficia la escuela? ¿Cómo aprende para transformarse en una escuela
mejor? Para responder, hay que ir más allá de las definiciones, de los
propósitos y de los deseos. Hay que trascender la esfera de las intenciones
para llegar al corazón de la práctica. ¿Qué sucede realmente? Si nos entregamos a la inercia, es posible que estemos navegando a la deriva
o, lo que es más grave, hacia el abismo. No hay viento favorable para un barco
que va a la deriva. Es preciso preguntarse de manera constante por el cometido
de la escuela, por su papel en la sociedad, por la naturaleza de sus prácticas
en una cultura cambiante. Las escuelas tienen que aprender. Tienen que romper
la dinámica obsesiva de la enseñanza para transformarla en una inquietante
interrogación por el aprendizaje. Por su propio aprendizaje. La institución escolar ha recibido también la encomienda de enseñar a
cada ciudadano, de formarlos en todas las dimensiones de la persona, para incorporarlos
críticamente a la cultura. La escuela tiene, pues, que enseñar. Ese es su
cometido, esa es su función. Una función compleja y problemática ya que exige
responderse a preguntas nada sencillas: ¿qué tienen que saber los escolares?,
¿cómo se les puede enseñar?, ¿cómo saber si lo han aprendido?, ¿cómo adaptarse
a cada uno? Para ello se diseña un curriculum básico que todos comparten y que
posteriormente las instituciones adaptan a las peculiares características,
exigencias y necesidades de los alumnos y alumnas. Se fijan los contenidos, se
eligen los métodos, se realizan evaluaciones, se establecen normas de funcionamiento
destinados al aprendizaje de los alumnos. Este cometido tiene una cara complementaria, frecuentemente ignorada. La
escuela tiene también que aprender. Tiene que saber dar respuesta a esas preguntas
y, desde luego, añadir otras nuevas: ¿Cómo saber si lo que hace está alcanzando
los fines que pretende?, ¿cómo descubrir nuevos presupuestos, nuevas
exigencias? La historia, la ciencia, el arte, la filosofía...han avanzado a
través de nuevas preguntas o de la reformulación de las anteriores. Las
preguntas sobre el aprendizaje de los alumnos tienen que completarse con otras
sobre el aprendizaje de la institución: ¿qué tienen que aprender las escuelas?,
¿qué tienen que hacer para desarrollar adecuadamente la formación?, ¿qué
obstáculos existen para el aprendizaje?, ¿cómo se puede saber si han
aprendido?, ¿cómo tienen que ser para que la tarea que realizan no se convierta
en un mensaje contradictorio con lo que enseñan? "Al ser las escuelas instituciones de enseñanza, no habría de
parecer descabellado preguntarse cómo aprenden las escuelas, y sin embargo esta
pregunta tan lógica es poco habitual" (San Fabián, 1996: 41). Se debe hacer un meta-curriculum para la escuela. Es decir, un
curriculum con los aprendizajes que la escuela tiene que realizar, con los
métodos que tiene que emplear para asimilarlos, con los medios que necesita
para lograrlo y con los mecanismos evaluadores que nos garanticen que lo está consiguiendo
de manera adecuada y oportuna. No se trata de aprendizajes que tiene que realizar cada uno de los profesionales
por su cuenta, a su aire, fuera de la institución, sino de aprendizajes de
carácter colegiado, realizados en el desarrollo de la práctica. Hablo de
aprendizajes institucionales que, si bien requieren los de cada uno de los
miembros que la integran, no se limitan a ellos. ¿Tendría sentido que un equipo quirúrgico con un elevadísimo fracaso en las
intervenciones limitase la formación de sus miembros a la asistencia a Congresos Internacionales de alguno de sus integrantes sin preocuparse
de analizar lo que sucede dentro del quirófano, sin revisar la coordinación entre los diferentes miembros del equipo, sin
estudiar la adecuación de tiempos y de materiales disponibles, sin conocer el
tipo de pacientes que acude al Hospital, sin saber cómo se hacen los
diagnósticos y cómo son los tratamientos postoperatorios? No se trata sólo de
que cada profesor aprenda sino de que aprenda la escuela como institución. "Resulta evidente que la mejora escolar sólo es posible si la
escuela, como organización, es capaz de aprender, no sólo en el caso de los individuos,
como los profesores o los directores, sino de manera que la propia escuela
pueda sobreponerse a un comportamiento ineficaz mediante una cooperación
estrecha" (Bollen, 1997:29). La escuela tiene que aprender para saber y para saber enseñar, para
saber a quién enseña y dónde lo hace. Esta exigencia no depende solamente de la
voluntad de cada uno de sus integrantes sino que exige unas estructuras que la
hagan viable, una dinámica que transforme los aprendizajes teóricos en
intervenciones eficaces. La escuela tiene que saber cómo aprender ya que el saber no se adquiere
de forma espontánea, automática y fortuita. ¿Cómo puede la escuela realizar de
forma sistemática y enriquecedora los aprendizajes que necesita? Esa es la
cuestión que nos ocupa. La escuela tiene que disponer de medios para desarrollar los
aprendizajes que debe hacer de manera interrumpida y colegiada. Si sólo existen
tiempos para la acción no habrá forma de hacer reflexión sobre la acción. Si sólo existen tiempos trepidantemente llenos de actividad ciega, no
será posible articular un debate comprensivo y transformador. La escuela debe saber qué está pasando con los procesos de intervención que
realiza para el aprendizaje de los alumnos. Si los procesos atributivos se
simplifican es fácil que la explicación se tergiverse y que ese mecanismo se
utilice para defender intereses particulares o gremiales. "Una escuela inteligente o en vías de serlo, no puede centrarse
sólo en el aprendizaje reflexivo de los alumnos sino que debe ser un ámbito
informado y dinámico que también proporcione un aprendizaje reflexivo a los maestros"
(Perkins, 1995:218). Si explico todo el fracaso que se produce en la escuela (lo que André Antibi
llama "constante macabra") por causas situadas en la Administración,
en la familia y en el alumno, no será posible comprender lo que sucede. Está
claro, por otra parte, que estos procesos de análisis resultan claramente
exculpatorios. En mi obra "Evaluar es comprender" (Santos Guerra, 1998: 31-53) aludo a una experiencia realizada en un Centro de enseñanza secundaria. Asisto a una sesión evaluadora del
equipo pedagógico. En ella los profesores señalan las causas del fracaso de los
alumnos. Todas -¡todas!- las explicaciones se sitúan en deficiencias de los
estudiantes o de la familia. Son vagos Son torpes Están mal preparados Están desmotivados No tienen técnicas de estudio Tienen problemas Se influyen negativamente La familia no les ayuda Están en un grupo muy malo Tienen mal ambiente Ven mucha televisión Están por la calle Tienen mal comportamiento Etc. No digo que no exista en las causas enunciadas por el profesorado una parte
de la explicación. Pero, cuando todo se explica de esta forma, es imposible que
aparezcan las preguntas sobre la naturaleza y estructuración de los contenidos,
sobre la metodología utilizada por los profesionales, sobre la coordinación de
los mismos, sobre la evaluación realizada, sobre el clima del aula, sobre el
nivel de exigencia, sobre el sentido de la escuela.... Y si no existen
preguntas, es difícil que se busquen respuestas. Cuando el diagnóstico está mal
hecho, las soluciones son inevitablemente defectuosas. Resulta chocante la frecuencia con la que los profesores insisten en la necesidad
de aprender. Pero estas consideraciones se establecen exclusivamente en
dirección "descendente". El empeño se pone en la necesidad que los
alumnos tienen de aprender. Los profesores enseñan. Los alumnos aprenden. De
esta manera quedan atrofiadas dimensiones a mi juicio capitales: Los profesores aprenden La escuela aprende Los alumnos enseñan a los profesores Los alumnos aprenden unos de otros Los profesores aprenden juntos Todos aprendemos unos de otros.
La obsesión por la eficacia en los aprendizajes que deben realizar los alumnos
lleva a la escuela a exclusivizar su atención en los mecanismos docentes, no en
los discentes. Cuando se trata del aprendizaje de los alumnos se focaliza la
atención en el proceso de enseñar, no en el de aprender. La didáctica se ha
centrado más en los procesos de enseñanza que en los de aprendizaje. Se ha
hablado más de la calidad de la enseñanza que de la calidad del aprendizaje. Por
otra parte, del aprendizaje de los profesores y de la escuela, ni se habla. De esta forma es fácil que la escuela repita sus prácticas de manera irreflexiva.
Se da por hecho que la enseñanza causa el aprendizaje y que cuando el
aprendizaje no se produce se debe a que los alumnos no han estado
suficientemente atentos o no han sido tan trabajadores o tan inteligentes como
es necesario. Me preocupa sobremanera la inercia de la institución escolar, la forma
en la que repite los errores y mantiene las limitaciones, sin hacerse pregunta
alguna sobre lo que sucede como resultado de su actividad (¿educativa?). Reconocida la necesidad que tienen las escuelas de aprender, hay que analizar
los obstáculos que existen para que se produzca el aprendizaje. Una institución cerrada al aprendizaje, hermética con las
interrogaciones, asentada en las rutinas, repetirá de forma inevitable los
errores. No aprenderá. Si, una vez puesta a reflexionar, se guía más por la defensa de sus actuaciones
que por la búsqueda de la verdad, encontrará explicaciones que justifiquen su
actuación y no podrá comprender nada. Hemos oído muchas veces elogiar la tarea
de un Centro porque de sus aulas surgió un ex-alumno célebre. Eso explica, al
parecer, la buena actuación de la escuela. Cuando entre los ex-alumnos aparece
un delincuente, el problema reside en que el estudiante no siguió
convenientemente las instrucciones que le dieron en la escuela. ¿Y si el éxito
del primer caso se debe fundamentalmente a la responsabilidad del alumno y el
fracaso del segundo a los pésimos planteamientos de la escuela? El deseo y la responsabilidad de aprender serán eficaces si nacen de la propia
escuela. Serán menos eficaces cuando las tareas del aprendizaje de la escuela
sean impuestas desde fuera. Es probable que si esto sucede se produzcan
reacciones de rechazo y de defensa. Las fórmulas impuestas tienen escasa
eficacia. El verbo aprender, como el verbo amar, como el verbo leer, tienen una
imposible conjugación en imperativo. Para aprender hay que querer hacerlo. Aprender
a la fuerza puede convertir el aprendizaje en una tarea odiosa y detestable. "En conjunto, los docentes no ponen en práctica adecuadamente las
ideas de otras personas. En consecuencia, el desarrollo del profesorado es una condición
previa para el desarrollo curricular y los maestros y profesores tienen que
desempeñar una función generatriz en el desarrollo de currículos mejores. Sus
ideas, su sentido de la responsabilidad, su compromiso con la oferta eficaz de
experiencias educativas a sus alumnos se refuerza de forma significativa cuando
son dueños de las ideas que plasman y autores de los medios que traducen esas
ideas a la práctica de la clase" (MacDonald, 1999: 12). Para aprender de forma eficaz hace falta tener deseos de hacerlo y tener
los ojos abiertos para ver, la mente despierta para analizar, el corazón dispuesto
para asimilar lo aprendido y los brazos prestos para aplicarlo. Todo habla en la escuela. Hace falta saber escuchar y saber analizar lo que
se ha escuchado. No es, pues, a través de medidas externas, de agentes externos, de asesores
impuestos, de inspecciones jerárquicas, de directores autoritarios como puede
cambiar enriquecedoramente una escuela. Porque entonces los profesores se
convierten en piezas de un engranaje en el que no creen y al que no aman. ¿Cómo pueden, pues, aprender y mejorar las escuelas? Propongo una secuencia
de verbos encadenados que, una vez concluida, comienza con nuevas
interrogaciones y va produciendo bucles de reflexión, comprensión y cambio. Interrogarse: si no existen preguntas, no se buscarán las respuestas. La
escuela avanza por preguntas. Es necesario pasar de un modelo basado en rutinas
y certezas a otro que esté sustentado en incertidumbres. Claro que la duda es
un estado incómodo. Ahora bien, desde el punto de vista intelectual, la certeza
es un estado ridículo. Las preguntas que se formula la escuela sobrepasan la línea de
superficie, profundizan en cuestiones nucleares. No sólo se pregunta si los
alumnos han conseguido meter en su cabeza una serie de datos. Tiene
preocupación por saber si aprenden a ser mejores personas y mejores ciudadanos.
No uno a uno sino en el marco de una sociedad más justa. Quiere esto decir que tiene
que preguntarse lo que sucede con las personas que no se pueden escolarizar o con
los pobres que no llegan a superar la escolaridad elemental. ¿Quién se preocupa
por estas cuestiones si no es la escuela? Si no se ponen en tela de juicio las prácticas, si no se formulan preguntas
nuevas o se reformulan las preguntas que ya se hacían, es fácil que la rutina
domine las prácticas de la escuela. Investigar: La respuesta que se busca no es fruto de la intuición, de la
suposición, de la arbitrariedad, de la rutina, de la comodidad, de los intereses,
sino de la indagación rigurosa. Si después de preguntarnos nos damos la
respuesta que se nos antoja, la que defiende nuestros intereses o la que
confirma nuestras teorías previas, no habremos avanzado en la comprensión. Algunos docentes cuando oyen hablar de investigación piensan en
complejas metodologías y en intrincadas fórmulas estadísticas. Es, a mi juicio,
un error. Cuando un profesor se pregunta sinceramente por alguna cuestión y comienza
a buscar evidencias rigurosas que den respuesta a esa pregunta, está
investigando. Tengo más dudas sobre la eficacia y la necesidad de otros tipos
de investigación aparentemente más sofisticados y autocalificados por sus
autores como "científicos". Dialogar: El proceso de investigación lleva consigo un diálogo entre los
protagonistas de la escuela, entre éstos y la sociedad. Hablo de un aprendizaje
compartido en el que toda la institución comprende, no sólo de un aprendizaje
individual. Se trata de un aprendizaje de la escuela como institución. Todos los miembros
de la comunidad toman parte en el diálogo, no por una concesión generosa de la
autoridad sino por el pleno derecho que les asiste. Esa inquietud institucional
ha de convertirse en una plataforma de discusión en la que todos toman parte,
en la que todos se juegan mucho, por la que todos están apasionados. Para que el diálogo se produzca no sólo hace falta actitud de
practicarlo. Se necesitan también estructuras organizativas que lo hagan posible. Comprender:
A través de la investigación se puede alcanzar la comprensión de los fenómenos
que es, en definitiva, la finalidad de las exploraciones educativas (son
educativas, no sólo porque se ocupan de la educación sino porque educan al
hacerse). En el campus de la Universidad de Norwich los alumnos del fallecido Laurence Stenhouse plantaron en
1982 un árbol en su memoria. Al pie del árbol colocaron una placa con un texto
que reproduce un pensamiento clave de su obra: "Son los profesores los
que, a fin de cuentas, van a cambiar el mundo de la escuela,
comprendiéndolo". Es, por consiguiente, la comprensión una de las claves
de la transformación y de la mejora. Mejorar: La comprensión tiene por finalidad favorecer la toma de decisiones.
La investigación educativa no busca, esencialmente, almacenar conocimientos
sino mejorar la práctica. No es un aprendizaje que busca por encima de todo
disponer de conocimiento o conseguir diplomas. La finalidad fundamental del
conocimiento y de la comprensión es mejorar la práctica. Hay que diferenciar mejora de simple cambio. Esa distinción debe
realizarse en un debate constante, democrático y riguroso. ¿Qué es mejorar?
¿Quiénes mejoran? ¿A qué precio se consigue? Hay cambios que sólo favorecen a
los más favorecidos. Hay innovaciones que sólo afectan a dimensiones superficiales
de la práctica. Escribir: Es necesario poner por escrito el proceso y el resultado de la
reflexión y de las investigaciones, ya que ayudará a establecer orden en el
pensamiento frecuentemente errático y confuso sobre la escuela y la educación.
Cuando escribimos sistematizamos, ordenamos el pensamiento. Si plasmamos por
escrito lo que pensamos podemos compartirlo con otros. No se escribe porque falta tiempo, porque falta práctica y porque falta autoconfianza
de los profesores, que delegan esta responsabilidad en los académicos. Difundir: La investigación que se ha realizado (y que se ha convertido
en un informe razonado, claro y breve) debe ser difundida para que otros profesionales
y ciudadanos puedan conocerla y opinar sobre ella. Para ello es necesario que
la investigación y los informes expresen la opinión de los docentes de forma
sencilla y clara. La investigación educativa no roba la comprensión a sus
destinatarios. Debatir: Al difundirse la investigación se genera una nueva plataforma
de discusión, de la que pueden beneficiarse, entre otros, los investigadores al
recibir la retroalimentación sobre sus argumentaciones y sobre su proceso
metodológico. Se trata ahora de un debate de "segundo grado", ya que
participan en él no sólo los miembros de una sola comunidad educativa sino los
de muchas que intercambian sus opiniones sobre los diversos informes. Comprometerse: El debate profesional sobre la educación no está
encaminado al diletantismo vacuo sino al compromiso eficaz. No discutimos para entretenernos
o para matar el tiempo sino para transformar las situaciones en las que la
enseñanza tiene lugar. Al ser la educación una práctica ética conduce al compromiso con la acción.
Al ser una práctica política nos obliga a plantear actuaciones estructurales,
no sólo referidas a una institución concreta. Exigir: El conocimiento adquirido
y difundido puede conducir a la mejora de las prácticas profesionales y,
también, al planteamiento de reivindicaciones que permitan conseguir las
condiciones estructurales, materiales y personales que se precisan para el
cambio. No basta con modificar las actitudes de cada persona. No basta con que
cada Centro inicie procesos de innovación. Es necesario transformar las Situaciones generales. Y, como a veces no basta solicitar los cambios y los
medios necesarios de quien tiene el deber de aportarlos, se hace necesario
exigirlos desde nuestra condición de ciudadanos. Para ello será necesario en
ocasiones practicar la valentía cívica, que es una virtud democrática que nos
lleva a emprender causas que de antemano sabemos que están perdidas. Estos diez verbos han de conjugarse colegiada, ética y políticamente. Colegiadamente porque es necesaria la participación de todos los integrantes
de la escuela y de la comunidad educativa. Éticamente porque no se trata de
conseguir mejoras técnicas sino morales. Políticamente, porque la educación
está impregnada de compromisos ideológicos, sociales y económicos. No basta
mejorar una escuela: hay que transformar las situaciones generales que atañen a
la educación. Construir un Hospital magnífico será una avance discutible si
solamente pueden ser atendidos en él los ciudadanos ricos mientras al lado del
mismo se mueren las personas como consecuencia de una gripe que no pueden
curar. En estas líneas planteo la necesidad de aprendizaje que tienen las escuelas
para evitar el fracaso y conseguir la mejora. Me pregunto por lo que tienen que
aprender y por los obstáculos que impiden o dificultan la realización del
aprendizaje. Finalmente propongo algunas vías de aprendizaje y algunas
iniciativas concretas para llevarlo a cabo. En un momento difícil (quizás todos lo sean) para los profesionales de
la educación y para cada escuela, azotados como estamos por los vientos huracanados
del neoliberalismo, es preciso pensar, debatir y esforzarse porque esta
institución no se convierta en una trampa sino en un proceso de liberación para
todos y de ayuda para los más desfavorecidos. "La escuela como organización, también posee la capacidad de
aprender. Solamente, al igual que las otras organizaciones, ha de tener la
voluntad de aplicarla, de disfrutar del aprendizaje" (Duart, 1999: 44). Ese
impulso, esa reflexión comprometida debe tener, a mi juicio, una dirección
ascendente, democrática, aglutinadora y entusiasta. De la exigencia de los
profesionales, de su espíritu esforzado, de su capacidad de trabajar de forma
compartida, de su humildad y de su inteligencia, de su amor a las personas y a
la justicia, ha de salir ese impulso que nos hará mejores a todos. Un impulso
que hará surgir la ilusión por esta tarea, cada día más difícil y a la vez más
necesaria y apasionante. Si es necesario pensar que las escuelas deben y pueden
aprender, no es menos necesario que los políticos se lo crean. De esa creencia
surgirán las condiciones para que sea posible hacerlo. De lo contrario seguirán
lloviendo sobre las escuelas las normas y las prescripciones de quienes piensan
que sólo sus ideas pueden hacerla mejor. En este proceso que voy a plantear tiene una importancia capital la participación
de toda la comunidad y, en especial, de los alumnos. Pocas veces,
paradójicamente, se cuenta con ellos. Su perspectiva, su opinión, su actitud
son indispensables para que la escuela crezca (Rudduck, 1999). Tres son los niveles de incidencia que pretende alcanzar la reflexión y
el compromiso. El profesor que hoy trabaja en la escuela con la sensación de realizar
una tarea problemática, poco valorada y algo desesperanzada. La escuela en la
que equipos de profesionales se afanan por hacer un proyecto compartido e
ilusionante. La sociedad que espera de la escuela un empuje para salir hacia
adelante con esperanza. Este exordio va dirigido no sólo a los profesionales de la enseñanza (y del
aprendizaje) sino a todos los ciudadanos, ya que a todos les ha de importar la
escuela. No es ésta una institución que preocupe y ocupe solamente a la
comunidad educativa. La educación es una tarea que compromete a todos los
ciudadanos, dadas sus consustanciales dimensiones ética y política (Martínez
Bonafé, 1998; Bárcena y Otros, 1999). En la medida en que todos se interesen y
se comprometan con una escuela mejor, tendremos una sociedad mejor. Si la
escuela interesa a cada alumno para obtener buenos resultados, a los
profesionales para transmitir Acríticamente los conocimientos y a los padres para que sus hijos se sitúen
mejor en la sociedad, tendremos una escuela perpetuadota de las diferencias y acentuador
de las injusticias. Existe una cuestión básica cuando se reflexiona sobre la escuela. Se
trata de su contribución a la causa de la justicia. Lo cual supone interrogarse
por la forma de tratar a los desfavorecidos, a las minorías (o a las mayorías
tradicionalmente perjudicadas). Pienso, como ejemplo, en el papel de las niñas
en la vida escolar. ¿Cómo han aprendido su género en la escuela? (Arenas, 1996)
La institución escolar ha marcado sus pautas androcéntricas a las que se han
tenido que acomodar las niñas cuando la escuela ha sido mixta. La escuela mixta
no es, per se, una escuela coeducativa . El orden de las cosas no es un orden
natural, sino una construcción social (Bordieu, 2000). Pienso en el futuro
afortunadamente cercano en el que la mujer tendrá un papel de protagonista, más
allá de los fundamentalismos. "Todo, y para nosotras en especial, lo que concierne a los derechos
de las mujeres está abierto a debate público internacional, contra lo que los fundamentalismos
de todo pelaje pretenden amparándose en el relativismo cultural" (Amorós,
1997:382). Los ciudadanos que piensan, que se comprometen y que actúan,
contribuirán a construir una escuela mejor para una sociedad más justa. Los
ciudadanos críticos ponen en tela de juicio la situación actual y, a través de
su comprensión, intentan mejorarla. Interesa que la escuela sea una institución
que ayude a desarrollar las capacidades de todos los individuos, pero también
que construya una sociedad más equitativa y más hermosa. Para ello, la escuela
no sólo necesita enseñar. Necesita aprender tantas cosas...
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